
En un país donde el silencio se impone a la fuerza, contar la verdad se ha convertido en un acto de valentía. En Venezuela, ser periodista no es simplemente ejercer una profesión: es resistir, es denunciar, es ponerse en la línea de fuego por el derecho de todos a estar informados.
Hoy, muchos de esos hombres y mujeres valientes están tras las rejas. ¿Su delito? Hacer preguntas incómodas, revelar realidades que el poder quiere ocultar, dar voz a quienes el régimen ha intentado callar. Su único crimen ha sido cumplir con el deber ético de informar.
Cada periodista preso representa una herida abierta en la libertad de expresión. Sus historias, sus vidas, sus familias, cargan con el peso de una injusticia que nos afecta a todos. Porque cuando se encarcela a un periodista, se encarcela también el derecho de un pueblo a saber, a cuestionar, a exigir.
No podemos mirar hacia otro lado. El periodismo no debe pagarse con cárcel. Venezuela merece libertad, y esa libertad empieza por liberar a quienes hoy están detenidos por ejercer su derecho –y nuestro derecho– a la verdad
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