Durante casi tres décadas, Venezuela ha estado marcada por una larga y oscura etapa de dictadura disfrazada de democracia. En estos 27 años, miles de venezolanos han sido encarcelados injustamente: hombres y mujeres cuyo único “delito” fue alzar la voz contra la corrupción, la represión y el abuso de poder. Sus historias son un reflejo de la lucha de todo un pueblo que exige justicia, libertad y dignidad.
Cada preso político representa un hogar fracturado, una familia que vive en la incertidumbre y en el dolor de no saber cuándo podrá volver a abrazar a su ser querido. Son estudiantes, periodistas, militares, dirigentes sociales, trabajadores comunes… venezolanos como cualquiera de nosotros que fueron castigados por ejercer derechos fundamentales: pensar diferente, protestar pacíficamente, exigir elecciones libres, denunciar la violación sistemática de derechos humanos.
En las cárceles de la dictadura, la tortura física y psicológica se ha convertido en herramienta de control. Celdas sin luz, tratos crueles, aislamiento prolongado, juicios amañados y ausencia total de garantías procesales son parte del calvario que muchos han debido enfrentar. Estas prácticas no solo buscan castigar, sino también infundir miedo en toda la población, como un recordatorio de lo que ocurre cuando alguien se atreve a desafiar al régimen.
Hoy, más que nunca, debemos levantar la voz para exigir la libertad inmediata de todos los presos políticos. No se trata de cifras, se trata de vidas. Se trata de devolverle la esperanza a un país que ha sido herido, dividido y sometido, pero que aún mantiene encendida la llama de la resistencia.
La verdadera libertad de Venezuela no será plena mientras existan compatriotas tras las rejas por pensar distinto. Es hora de convertir el dolor en acción, de transformar la indignación en unidad, y de recordarle al mundo que Venezuela no está sola, que sus hijos siguen de pie y que ningún poder, por más que intente prolongarse, puede apagar para siempre el deseo de justicia y democracia.
La historia demuestra que ningún régimen autoritario es eterno. Los pueblos siempre encuentran la forma de romper las cadenas. Y cuando ese día llegue, cuando se abran las puertas de esas celdas injustas, no solo se liberará a los presos políticos, también renacerá la esperanza de toda una nación.
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