
Oslo, la ciudad donde la historia suele hablar en voz baja pero con eco eterno, fue hoy testigo de un momento que trasciende premios y protocoles. En el escenario donde se honra a quienes han defendido la dignidad humana frente a la opresión, resonó un nombre que carga con el peso de un país herido pero no rendido: María Corina Machado.
La entrega del Premio Nobel no fue solo un reconocimiento individual. Fue un acto profundamente político en el sentido más noble de la palabra: la defensa de la libertad, de la verdad y de la democracia. En cada aplauso del auditorio se sentía la voz de millones de venezolanos que no pudieron estar allí, pero que han resistido durante años el exilio, la persecución, el silencio forzado y la pérdida.
María Corina llegó a Oslo no como una figura distante, sino como el rostro visible de una lucha colectiva. Su historia es la de una mujer que decidió no negociar principios, aun cuando el costo fue la amenaza constante, la inhabilitación y el intento sistemático de borrarla del escenario político. Sin embargo, allí estaba: firme, serena, sin rencor, pero con una convicción inquebrantable.
El Nobel entregado hoy es también un mensaje al mundo. Un recordatorio de que Venezuela existe más allá de las cifras, de las sanciones y de los titulares fugaces. Existe en la valentía de quienes no se resignan. Existe en la esperanza que, pese a todo, se niega a morir.
Desde Oslo, el nombre de Venezuela volvió a pronunciarse con respeto. Y por primera vez en mucho tiempo, no fue para hablar de tragedia, sino de coraje. No fue para describir el colapso, sino para reconocer la resistencia.
La historia juzgará a los responsables del dolor. Pero hoy, la historia también dejó constancia de algo esencial: la libertad siempre encuentra una voz, y esta vez habló con acento venezolano.
Deja un comentario